Echamos de menos lo que nunca tuvimos porque siempre vivirá nosotros esa incertidumbre del camino que no escogimos, la esquina que no torcimos y los sueños que decidimos abandonar.
Echamos de menos lo que nunca vivimos porque creímos que seríamos inmortales y nos abrazó la fría muerte, muchas veces, en muchos lugares.
Echamos de menos lo que nunca sentimos porque quisimos abrazar cuerpos que no nos pertenecían, agarrarnos a alguien que prometía salvarnos, aún cuando no necesitabamos a nadie que nos salvara.
Echamos de menos lo que nunca tuvimos porque sabemos que nunca lo tendremos. Y esa eterna sensación de que nada será nuestro porque nunca lo quisimos es nuestra aroñanza, con la que vivimos y con la que viviremos. Porque nunca podremos vivirlo todo y lo que vivamos dependerá, solamente, de lo que deseemos.
Y ya sabemos lo que dicen: cuidado con lo que sueñas porque podría hacerse realidad.