¿Quién puede vanagloriarse de no tener defectos? Examinando los suyos, aprenda cada uno a perdonar los de los demás.
Esto dijo
Pietro Metastasio y no podría estar más de acuerdo.
Que defectos tenemos todos está claro. Que yo no pare de encontrarme cada vez uno distinto no tanto.
No se si será que ver mis virtudes me cuesta mucho más que encontrarme defectos o que encontrar defectos es asombrosamente fácil.
Llevo varios días dedicándole demasiado tiempo a dos defectos que si bien ya sabía que tenía, ahora los veo con más intensidad.
Y no tengo ningún problema en admitirlos: soy
torpe y soy
distraída.
Dicen los que me conocen mucho (y casi que los que me conocen poco también) que la primera suele ser consecuencia de la segunda, así que primero hablaré de la segunda.
La RAE define distraído/a como:
Dicho de una persona: Que, por distraerse con facilidad, habla u obra sin darse cuenta cabal de sus palabras o de lo que pasa a su alrededor.
Y eso es lo que me pasa a mí. Por distraída no se ni lo que hago a veces y tampoco me entero de lo que sucede. No me entero, no porque no llegue al mínimo de dos dedos de frente, sino porque no le presto
interés. Que por cierto, esta palabra se ha convertido en la palabra estrella del verano en mi casa y con mis amigos en general.
Soy distraída porque no pongo
interés. Y la RAE lo define como “
inclinación del ánimo hacia un objeto, una persona, una narración, etc.” en su cuarta acepción.
Debe ser (si tanto me lo dicen será por algo) que sólo le pongo interés a lo que me interesa y que ni siquiera a eso. Que todo me importa más bien poquito y que lo mismo me da una cosa que otra. Si yo no es que no les de la razón, pero yo creo que no presto atención porque soy olvidadiza (¿es necesario buscarlo en la RAE?). Soy tremendamente olvidadiza. Me cuesta recordar mucho las cosas. Sin embargo, ni mis padres ni mis amigos consideran esto una enfermedad, ni tan siquiera un problemilla. Lo llaman
falta de interés. Y otra vez volvemos a lo mismo.
Si debo ir a tal lugar, como no le pongo interés, se me olvida y no voy. Así de sencillo.
¿Cómo corregir este defecto?
Difícil. Muy díficil. Díficil porque yo creo que nací así. Sin interés por nada. Todo me importa bastante poco y ninguna pérdida me parece un melodrama (¿podemos olvidar el tema sentimental?) ni nignuna ganancia la mayor de mis ilusiones.
De todos modos, no todo está perdido. Lo que hago ante esta falta de intéres es: para no olvidarme, hacer las cosas cuanto antes, apuntarlas, pedir a la gente que las recuerde por mí (que ahora que lo pienso, menudo morro le hecho) o esperar que los demás se acuerden. Intento centrarme más en las cosas para retenerlas más (¡y vaya si cuesta!) y trato de prestar más atención a lo que ocurre a mi alrededor.
Y dejo ya esta espiral de defecto que no podría ser más largo.
Lo de la torpeza es otra historia. Nací torpe. Eso si que no tiene solución. Que sea la única que vierte un vaso en una mesa, que tira las cosas al suelo o que todo lo que toque se rompa, no es mi culpa.
Y además no lo puedo entender. Pero es que siempre me pasa lo mismo. Soy la única que siempre monta la escenita y se acaba poniendo colorada cuando los demás miran hacia abajo como pensando “madre mía, ya está otra vez“. Otras veces hay risas (normal, por otra parte) que yo secundo y otras expresiones del tipo: “es que parece que tienes las manos de mantequilla”.
La torpeza a veces la disimulo bien. Intento tocar todo lo menos posible y en ocasiones importantes o demás suelo tener bastante cuidado, pero este verano me he dado cuenta de que soy torpe con otra cosa: el coche.
Vale, también se le puede llamar “conducir mal”, pero yo quiero pensar que es porque soy torpe.
Soy tan torpe que no se nunca en qué sentido van las calles, cual es el camino más corto o cuando me viene mejor cambiarme de carril. Y por supuesto, haciendo gala de mi escasa memoria, siempre me dejo las luces encendidas.
Esto si que tiene remedio (¡o eso quiero pensar!) y espero dar cada vez menos vueltas con el coche y apagar siempre las luces.
De todos modos, cuando te acostumbras a tus defectos, cada vez te los tomas mejor y acaban siendo anécdotas divertidas que tus amigos cuentan a costa tuya.
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